Nuestro querido Juanjo ha emprendido su último viaje. Llevábamos tiempo sufriendo por él. Desde que en abril pasado un accidente coronario le dejara postrado, hemos vivido días duros de incertidumbres, esperas y expectativas rotas. Hoy tengo que reconocer que, aunque suene a tópico manido, ha dejado de sufrir. Lástima que en medio de tanto dolor ni siquiera nos hayamos podido despedir de él.
Confío que algún día podamos olvidar la pesadilla vivida. Y es que no deseo recordar su último año ni su final. Mi memoria necesita revivir al amigo alegre, sincero, entusiasta, y leal que siempre fue. Quiero recrear sus risas y sus apremios. Oírle cantar el “Rocker de Montgarri” en aquel refugio de montaña al que acudíamos cada Semana Santa y decir que María Ademá es el mejor restaurante del Valle mientras asa calçots en la barbacoa del jardín o se empeña en abrir, con tenazas, una montaña de erizos.
Sobre todo quiero recordarle bromeando con Michel, retándose en las pistas para lanzarse al vacío a la voz de “quien llegue el último es una nena” y pensando, como todos, que la vida, la salud y la juventud era algo inherente en nosotros. Nos equivocábamos. Es evidente ¿Qué más da? Ese tiempo de despreocupación nadie nos lo va a quitar.
Si algo me templa es pensar que Michel y Juanjo se están reencontrando. Quiero imaginarlos llamándose con sus vozarrones, haciendo mucho ruido para abrazarse muy fuerte, mientras Michel le muestra los entresijos y recovecos de ese espacio tan impreciso para los que nos quedamos, sintiéndose un gran anfitrión.
Adiós, queridísimo amigo. Te echaremos mucho de menos. No te preocupes por Luisa. Prometo cuidar de ella, tal y como hicisteis conmigo cuando me tocó sufrir. Y por favor, dile a Michel que le quiero, y que estoy bien.
Descansa en paz.