
Lástima que la pasada fiesta de Sant Jordi concluyera con grandes pérdidas. Tras las dos últimas campañas marcadas por el COVID, la lluvia y el granizo que cayó, estropeando los libros y ahuyentando a los paseantes, parece una maldición para las editoriales y los libreros.
El problema esencial es que muchos de los que ese día no compraron un ejemplar, tampoco lo harán a lo largo del año. Lo que significa que, si en Sant Jordi se compran libros, es más por tradición que por amor a las historias.
Algo muy importante falla en el fomento a la lectura, que no debería centrarse en fechas tan concretas, si no en una auténtica estimulación que naciera desde la cuna y la escuela. Sí, sabemos que las pantallas y la inmediatez son grandes competencias para la lectura, pero nada es imposible si se lucha por ello.