Por fin han llegado las nieves. Parecía que este año se resistían a visitarnos, pero fieles a su cita invernal han vuelto a cubrir el Valle de esa suave envoltura blanca.
¿Qué más da que haga frío, viento o se corten las carreteras? ¿Qué importa que se congele el aliento solo asomarse al exterior? Mirar por la ventana y contemplar tan soberbio panorama me alegra el alma y me confiere paz.
Llevo un par de semanas inmersa en las revisiones. Al principio fue como entrar en un recinto caótico, pero con aroma de nuevo donde los personajes dormitaban por los rincones. Me costó un poco azuzarlos para ponerlos en orden. Bostezos, miradas displicentes y una especie de desgana para ponerse en acción. «¿Y esta qué quiere hacer ahora con nosotros?», parecían decirse entre ellos.
Probablemente la que estaba perezosa era yo. Demasiado tiempo de distancia nos había convertido en desconocidos. Por fortuna, la desconexión entre nosotros duró poco y ahora estamos trabajando codo a codo.
Avanzamos bien, muy bien. Ya no hay nuevas ideas ni demasiados cambios, solo desprenderme de lo superfluo y revisar, revisar, revisar. En cada nuevo escrutinio me desprendo de algo. Por un lado me da lástima, pero por otro siento el goce de la exactitud. Atisbo el fin del proceso muy cerca.
¡Ay, Isabel, Tamara; Tamara, Isabel! Cuanto llega a vender el papel couché. Pensaba que el efecto del culebrón de sus últimas hazañas duraría poco, pero sigo topando con sus historias por doquier.
¿Por qué interesarán tanto los cuernos, celos y amoríos de personas ajenas que llenan sus arcas vendiendo intimidad? ¿Qué morbo despierta la vida de los otros? ¿Qué extraño gen nos lleva interesarnos por unos famosos que han adquirido lustre con el viejo oficio de tramar montajes, exhibirse y mercadear?
Si algo me da lástima es que el gran nobel Vargas Llosa haya accedido a enfangarse tanto lodo. ¡Triste epitafio para su ancianidad! ¿Qué se le va a hacer? Como humano que es, tiene derecho a errar.
Cuando en noviembre terminé con la ronda de comentarios y críticas pensé que, en un par de semanas, a lo sumo tres, habría concluido la novela, pero una serie de imponderables no graves, pero molestos, me lo impidió.
Es increíble lo que llegan a desconcentrar los pequeños y molestos azares que van acribillando el día a día. No solo he dejado de lado la novela, ni siquiera he sido capaz de escribir un nimio artículo para las redes o el blog; por no hablar de todas esas cuestiones triviales que deben solventarse en el momento.
Durante este tiempo me he sentido improductiva y con poca capacidad de resolución; el coraje de estar inmersa en una espiral de desidia, todavía lo agudizaba más. Espero que el 2023 haya traído a mi ánimo ese orden que tanto preciso. Por lo menos la capacidad de perdonarme no estar siempre al cien por cien. Supongo que lo lograré cuando retome la novela, que va a ser hoy mismo.
Ayer por la tarde Gonzalo entrego su primera carta a los Reyes Magos. Mucho aturdimiento, bastante reparo y algunos lloros durante la espera. No era para menos; por mucho que los adultos nos desgañitáramos en explicarle en qué consistía el acto, el niño no tiene más que un año y medio y se entera poco. ¡Demasiado bullicio para entender algo!
No obstante, en cierto momento, ante su Majestad, se quedó absorto con los ojos muy abiertos y los puños apretados. Fue como si de pronto estuviera intuyendo que aquella presencia formaría parte de sus recuerdos de infancia y que el hechizo existe, aunque todavía no sea capaz de aprehenderlo con las yemas, las palabras ni la razón.
Yo tuve la certeza de que la magia de los Magos estaba retornando lentamente a nuestro hogar y algo muy bello y profundo despertó.
Ojalá esa magia haya llegado esta noche a cada hogar.
A raíz del mal uso del lenguaje que se utiliza en los medios he llegado a cuestionarme si el imperativo de toda la vida, el terminado en «d» cuando se trata de un plural, el que me enseño mi profesora de lenguaje cuando aprendía a conjugar los tiempos verbales, había sufrido algún tipo de modificación.
Actualmente se exhorta a grupos formados por dos más personas a votar, expresar, acudir o manifestar en lugar de votad, expresad, acudid o manifestad. Lo peor es que cuando utilizo la fórmula correcta en mensajes de WhatsApp o emails, el propio corrector de faltas lo marca en rojo.
Tal asombro me ha despertado el hecho que he consultado las normas de la RAE. Obviamente me ha corroborado que el uso correcto de un imperativo en plural va terminado en «d». Afortunadamente el corrector de Word acepta la fórmula correcta. Hablar sí, pero hablemos bien. Por favor, esforcémonos en hacer un buen uso del castellano y no deterioremos con simplismos nuestra preciosa lengua.
Ya he terminado la ronda de críticas y alabanzas. Lo cierto es que mis amigos lectores han sido muy condescendientes y me han dado poco trabajo. Muchas erratas, repetición de palabras y excesiva complejidad en la construcción de algunas frases. Poco, si tenemos en cuenta que corrección de la cuestión formal es puro trámite lingüístico.
Lo que de verdad me preocupaba cuando entregué mi novela lista para el análisis era el ritmo, la tensión dramática, la construcción de los personajes, las interacciones entre ellos, la coherencia de la trama y el sentido del final. En todo ello, por fortuna, ha habido beneplácito y unanimidad.
De entrada, me dispongo a dar los últimos retoques con relativa tranquilidad. Es probable que la última revisión se prolongue más de lo que ahora imagino porque al enfrentarme a lo escrito sea yo quien se autocensure. No tiene importancia. Pase lo que pase estoy en la recta final.
Por favor, que se acabe la guerra. No soporto más imágenes de dolor y destrucción ni esa sensación de mundo en ruina con la que diariamente nos alimenta los noticiarios. ¿Qué cables se cruzan en las mentes de los gobernantes? ¿Qué extraños procesos mentales estimulan a tanto caos? ¿Quién gana con el tormento de las víctimas? ¿Y con la inseguridad de los demás?
Debe de haber mil móviles que nutren el horror, pero yo no entiendo nada.
Si tuviera habilidad con los pinceles me dedicaría a pintar paisajes de otoño. Por lo menos hoy que me he adentrado en el bosque y he caminado durante horas sobre una espesa alfombra de hojarasca. Era mullida, multicolor y olía a naturaleza húmeda.
Nunca me cansaría de transitar por esos caminos demarcados por arboledas que ostentan el más amplio abanico de colores que uno pueda imaginar. Rojos y naranjas ardientes junto a suaves rosas, ocres y morados; todos palpitantes a pesar de la melancolía que infunde la estación.
No es una melancolía triste, al contrario, está llena de belleza; incluso de pasión. La que nos regalan los días cortos, el recogimiento y la introspección. De vuelta a casa, mis sentidos todavía guardan el regusto de lo que ha aportado la tierra a mi interior.