
Un año más, Michel. ¡Qué cosas! Esta mañana me he despertado con una intuición. Luego tu amigo Alain de Grelletport me ha mandado, desde Miami, esta fotografía. «Pensando en mi viejo amigo hoy», rezaba en epígrafe. Por supuesto he seguido recibiendo mensajes; todos llenos de cariño, evocaciones y apego que me han hecho pensar, una vez más, en lo mucho que llenabas los espacios, en lo que nos regalaste en vida y en cuanto se te quería.
Desde entonces han pasado varias horas, no dejo de contemplar al Capitan Haddock con sus botellas, su ramillete, su sonrisa de truhan y ese caminar entre chulesco y alegre, y me entran ganas reír. ¡Imposible encontrar entre vosotros más similitudes! Temperamentales, irónicos, apasionados, tiernos, aventureros y sobre todo amantes de la libertad. Solo que tú, cariño, eras real y cada noche arrullabas mis sueños hasta que un día zarpaste en tu nave para no volver nunca más. Únicamente yo sé lo que supuso verme obligada a decirte «adiós».
Sí, cielo, durante todo este tiempo te he llevado incrustado dentro y sigues vivo en mi alma como el estandarte que fuiste, pero también me gusta imaginarte navegando sobre las aguas, izando velas y descansando en los recovecos, para acelerar en días de viento y beber cervezas cuando arrecia la calma chicha.
De pronto he tenido la certeza de que la vida, esa vida tan voluble que nos sorprende a diario, me está exigiendo a gritos dejarte partir. No tengo derecho a retenerte. Aunque me cueste lagrimas reconocerlo, siempre quisiste ser un pájaro libre y es preciso que abra mis brazos para que tengas el privilegio volar en libertad. Así que voy a decirte «adiós» una vez más. Prometo que, en esta ocasión, será de verdad. Hasta siempre, querido. Viaja lejos, despréndete de ataduras y encuentra la paz.